Escuela para padresTodo proceso de crecimiento en el ser humano tiene lugar si existe un ambiente que lo facilite. Este ambiente está representado, en mayor medida y desde el comienzo, por los padres, especialmente por la madre, quien intenta que la vinculación sea lo más sólida y estrecha posible.

Esto significa que para que un ser humano crezca, para que su herencia biológica se actualice y para que desarrolle sus capacidades lo más humanamente posible necesita de mucho amparo y dedicación por parte de un semejante. Se requiere tanto más de calidad humana y calidez que de cantidad y perfección mecánica. 

Si no se dieran estas condiciones y la persona no recibiera amor de algún ser humano, su historia
de vida se interrumpiría y sus capacidades no podrían encaminarse a la realización personal del proyecto humano de vida.

Por ejemplo, cuando nace un bebé, el tiempo, la atención y el cuidado deben ser más prolongados que cuando nace cualquier cría animal. Entre los mamíferos, la hembra cuida celosamente de su cría; la amamanta un tiempo considerable en función de su instinto y, una vez fortalecido, el cachorro seguirá su camino tal vez sin encontrarse nunca más con su madre, sin que esta separación definitiva afecte su vida futura.

Para el ser humano las cosas son diferentes: el bebé recién nacido necesita ser alimentado, pero no sólo como un acto nutritivo en el que incorporará los elementos necesarios para su crecimiento físico sino que, al igual que todo acto natural, el comer deberá estar elaborado con las cualidades del amor, del deseo de alimentarlo, de comunicación entre madre e hijo, de conocimiento mutuo.

El recién nacido posee aptitudes para recibir de su madre todo el afecto que ésta pueda brindarle, ya se trate de mimos, caricias, arrullos y melodías cada vez que lo acuna, lo cuida o lo higieniza. Todos estos comportamientos están en la mente de la mamá y forman parte de la preocupación materna, que es el estado que le permite vincularse a las necesidades físicas y emocionales de su bebé y prevenirlo de peligros a los que podría estar expuesto; ya que la madre puede sentir con anticipación aquello que podría sufrir su bebé si no la tuviera a ella. 

Se puede pensar, como ejemplo, un momento habitual entre mamás y bebés: si la temperatura ambiental es muy baja y ella está conectada con su hijo, seguramente sabrá muy bien qué temperatura podrá soportar el bebé y decidirá si debe abrigarlo o no. Esto sucede porque puede ponerse en la piel de su bebé y sentir como si fuera él.

Otro ejemplo es cuando los bebés lloran desconsoladamente mientras las personas a su cargo intentan consolarlo probando una suerte de acciones tales como darle de comer, mecerlo, pasearlo, cantarle suavemente, cantarle fuerte. Pareciera que todas las maniobras son inadecuadas para resolver el estado en que se encuentra este bebé, pero basta con que su madre se acerque y lo escuche para que pueda distinguir qué tipo de queja le está comunicando. 

Esto significa sentir lo que siente el bebé; porque la madre es la mejor intérprete de su pequeño hijo, pone a prueba su capacidad de sentir y ello la conduce a pensar en la estrategia de consuelo más adecuada. Ahora el bebé no llora más, se calmó y ha tenido la oportunidad de descubrir que su mamá es alguien que percibe aquello que le pasa, lo que él siente. 

Artículo extraido de la obra "Escuela para padres"

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