La primera infancia es una etapa decisiva en el desarrollo de capacidades, habilidades y destrezas. Pediatras y psicólogos acuerdan en considerarla una etapa muy importante, tanto desde el punto de vista biológico como afectivo. Cualquier dificultad o situación traumática –nutrición insuficiente, falta de estimulación, pérdida de la madre– dejará huellas profundas en el niño. Estas situaciones pueden afectarlo en su camino hacia la madurez si no son detectadas a tiempo y tratadas de la manera adecuada.

Esta es la etapa de la vida en la que el niño realiza la mayor cantidad de logros. Algunos de estos cambios se aprecian, prácticamente, día a día: hoy es capaz de decir una palabra que la semana pasada no lograba pronunciar. A medida que crece, el niño descubre y, muchas veces, comunica con alegría sus propios resultados. Las manifestaciones de orgullo, emoción y afecto por parte de los padres serán fundamentales para estimular su autoestima.

Durante estos primeros años, es esencial que el desarrollo orgánico y la evolución mental sean acompañados y fomentados por todos los integrantes de la familia. Éstos son los representantes de la cultura a la que el niño pertenece y son, además, quienes posibilitarán el despliegue de todas las potencialidades, que lo acompañarán de por vida.

En el transcurso de la primera infancia, el niño será clasificado de diferentes maneras: el neonato, el lactante, el deambulador y así sucesivamente, hasta llegar a los seis años. En ese momento, al culminar esta etapa, el organismo y la mente del niño estarán en condiciones de recibir el aprendizaje formal; es decir, estarán listos, por ejemplo, para aprender a leer y escribir.

 

Artículo extraído y adaptado de Escuela para Padres.

Ingreso Usuario


Volver