Educación especial - Integración en la escuelaEn otras oportunidades, la familia recibe la noticia en momentos posteriores al parto y se ve en una situación de sorpresa y decepción difícil de describir, ya que todas las expectativas y anhelos construidos durante el embarazo se desmoronan repentinamente sin haber tenido tiempo para hacerse a esta idea, sumado a la exigencia emocional y física que siempre representa la atención de un recién nacido.

Existen también otras ocasiones en que la detección se produce más tardíamente, en general en algún momento del desarrollo del niño en el que no se producen algunas de las pautas esperadas para la edad, lo que lleva a la búsqueda, a través de estudios y de consultas, de un diagnóstico y posible tratamiento. 

Ésta es también una situación de angustia y tensión, ya que el supuesto estado de salud del niño, la relación que la familia ha establecido con él y la historia que había comenzado en forma prometedora entra en crisis, y los obliga a replantear todo lo que era “real” hasta ese momento.

omar conocimiento de la existencia de dificultades en el hijo, cualquiera sea el momento en el que se detecte, es siempre una noticia temida y dolorosa. Sin embargo, la detección y la comunicación temprana a la familia favorecen las posibilidades de desarrollo del niño para que logre el máximo de sus potencialidades, a la vez que ayuda a la familia a procesar afectivamente lo que le sucede al niño, le permite ajustar con precisión sus ofrecimientos de ayuda, y facilita el establecimiento de vínculos saludables para todos los miembros del núcleo familiar. Una vez recibida la noticia, los padres se enfrentan a nuevas circunstancias y sentimientos, y comienza un lento proceso de adaptación, que generalmente consta de tres fases.

La primera se da inmediatamente después de enterarse; se instala una profunda crisis emocional caracterizada por la sorpresa, desconcierto e incredulidad que produce la noticia. La sensación de “no puede ser posible”, “puede haber algún error”, suele presentarse como forma de negación tendiente a evitar lo inevitable, a mantener abierta la posibilidad de que la situación no sea como es. 

En un segundo momento, cuando ya es posible reconocer la situación real del niño, sobreviene un estado de desorganización emocional en el que se viven alternativamente sentimientos de cólera por no haber sido advertidos con anterioridad, búsqueda de algún responsable de lo ocurrido, culpa por no haber sabido o podido evitarlo y hasta por creerse responsables de la situación, depresión por la profunda tristeza que representa tener un bebé o niño enfermo, vergüenza por haber tenido un hijo diferente, disminución de la autoestima por no sentirse capaces de crear vida, rechazo del niño que les provoca tanto dolor, y también la necesidad de protegerlo, ayudarlo y amarlo.

Finalmente, después de haber experimentado tan contradictorios sentimientos y, una vez que pueden asumir la realidad que les ha tocado vivir, comienza una etapa de aceptación y búsqueda de distintas alternativas para ayudar al niño. 

La llegada de un hijo “enfermo” conlleva un verdadero trabajo de duelo que consiste en un complejo proceso intrapsíquico ocasionado por la pérdida de un objeto de amor, por medio del cual el doliente logra desprenderse progresivamente de ese objeto perdido, aceptando la pérdida sin sentimientos de culpabilidad.  Este trabajo de duelo es paulatino y poco a poco se van dando aceptaciones parciales de la pérdida, aunque en líneas generales pueden diferenciarse cuatro fases:

Fase de embotamiento de la sensibilidad. Los invade una tristeza tan profunda que la sensación de estar apabullado por los sentimientos es inevitable; parece que los sentimientos han quedado “anestesiados” o “dormidos”.

Fase de anhelo y de búsqueda de la figura perdida. Aparece la necesidad de reencontrarse con el objeto de amor perdido, recordándolo o recorriendo mentalmente momentos felices de la historia en común.

Fase de desorganización y de desesperanza. Ante la imposibilidad de reencontrar aquello que se ha perdido y no se volverá a encontrar, aparece la tristeza y la desesperanza.

Fase de mayor o menor grado de reorganización. Una vez que se logra aceptar la pérdida, es posible empezar a recomponerse y continuar con los nuevos desafíos que representa la vida.

Si el duelo por el hijo “sano” es elaborado satisfactoriamente, los padres podrán reconocerse en el hijo real que tienen y admitir en su justa medida las dificultades, condición básica e imprescindible para la búsqueda de alternativas que lo ayuden a crecer mejor.

Artículo extraído de la obra "Integración en la escuela - Educación especial"

Ingreso Usuario


Volver